Contra todo deseo de mi madre, de pequeño me gustaba mucho acompañarla al súper, que en los 90s se limitaba a una tienda enorme que irónicamente se llamaba Gigante, me gustaba pasear con ella y tratar de usar mis habilidades infantiles de persuasión para que me comprara cosas que engordaban, y una que otra ocasión algún juguete de batman.

Mis padres, desde aquel entonces no solo apoyaban mi amor por los videojuegos, sino que ambos, a su manera lo fomentaban, mi papá comprándose las consolas, llevándome a intercambiar juegos al tianguis, y de vez en cuando jugando conmigo, mi madre por otro lado, me llevaba a ese templo sagrado una vez a la semana para que rentara 1 o 2 videojuegos para entretenerme el fin de semana. Atesoro esos momentos que siempre terminaban con comida deliciosa y callejera.

En una de aquellas expediciones cosmopolitas citadinas a un Gigante, en la fila de la caja, asomándose entre las revistas la vi, era verde, y con muchos personajes de un juego que solía rentar, Super Mario RPG, entonces la tomé, le hice ojitos y le dije ¨¿Me la compras?¨

No me dijo nada, solo la tomó y la puso en el carrito, no fué hasta que subimos al coche y tuve la oportunidad de hojearla que me di cuenta de una realidad irrefutable, que no estaba solo, que había más gente ahí afuera, además de mis amiguitos de la cuadra, que les gustaba el Nintendo.

A partir de ese momento esa publicación mensual se convirtió en una pequeña obsesión, ya que junto con Nintendomanía, que hasta hace unos días me enteré que eran del mismo autor, Gus Rodriguez, se volvieron un refugio, uno semanal, otro mensual, en un mundo donde los videojuegos todavía no alcanzaban el lugar que merecían.

Por muchos años, siempre la salida al súper de mi mamá fue precedida por mi inmutable cuestionamiento hacia ella, que era ¿ Mamá, me traes mi revista de Nintendo…?

Los tiempos han cambiado, y hoy, algunos, tenemos el privilegio de tener acceso, no solo a la información, sino también a los videojuegos, aunque yo sigo sintiéndome afortunado de tener esa pequeña colección de Club Nintendo, la cual de vez en cuando saco del closet, y la acomodo para ver la ilustración lateral, que me sigue emocionando, 20 años después, igual que cuando mi mamá regresaba con ella, en una bolsa blanca y roja, de Gigante.

El Tercer Millennial.

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