Recuerdo vívidamente a mis hermanas con una pistola anaranjada apuntando hacia la televisión; sólo había una, por lo cual se tenían que turnar el uso de esta misma, lo que generalmente causaba riñas y, a pesar de que había reglas establecidas, la pelea fraternal era inevitable, pues las dos siempre querían tener el control del dispositivo. Yo me limitaba a observaba la pantalla; me gustaba escuchar el sonido de *¡QUAK!* cada vez que un rayo invisible acertaba en el objetivo, que era específicamente, una ave cuadriculada que caía a lo que parecía ser un arbusto, acto seguido, un perro corría hacia ella. Cuando mis hermanas consideraban que era tiempo de compartirlo, yo eventualmente tomaba el control del arma de plástico, que era considerablemente más grande que mi mano. Al dispararla, producía un culatazo inexistente que sentía hasta mi codo: ¡QUAK, QUAK, QUAK! caían los patos. Este es el primer recuerdo que tengo de lo que se convertiría en una de las piedras angulares en mi desarrollo como persona, como ser humano, como amigo, pero sobre todo como gamer. 

El NES o Nintendo Entertaiment System. Esta pequeña caja gris, que en su momento era el epítome de la tecnología y el lujo en cuanto al entretenimiento, ha sido mi fiel compañero durante toda mi vida. Me acompañó cuando estaba solo, pero también me ayudó a hacer amigos; me dio ideas y me llevó a otros mundos. Para mí era simplemente magia pura. Fue sentarme por horas frente al televisor, y simplemente nada más existía; era un juego de cuatro: el control, la consola, el televisor y yo… Bueno, había otro jugador, etéreo y siempre presente; la imaginación, puesto que, en aquellos tiempos, todo estaba en otro idioma, pero… ¿Qué más daba? yo inventaba el mío. Los juegos venían en una caja de cartón con una ilustración; que fuese como fuese, era hermosa; forrada con un plástico delgado, que ustedes mis estimados lectores, no me dejarán mentir, causaba un tremenda y abrumante satisfacción destruir para descubrir un pequeño mundo en un cartucho de plástico que venía con otra funda; generalmente negra, que al removerla se sentía la vibración y el vacío que producía al sacarlo. Ese olor a plástico nuevo e importado todavía me emociona. Se levantaba la puertita; se introducía el cartucho; se presionaba el botón de encendido, que era suave al tacto y se oprimía con facilidad; tomabas el control, la distancia adecuada, restringida por la longitud del cable y comenzaba el juego. Este consistía en rescatar a una princesa de una tortuga grande y enojada que escupía fuego; o ser un pequeño guerrero pixeleado que al grito de *¡It’s too dangerous to go out alone!* te lanzabas a la aventura de encontrar armas; objetos mágicos y pociones azules, verdes y rojas; para arriesgarse a tenebrosos calabozos llenos de peligros donde al menor paso en falso caías al abismo. Pero…¡no pasa nada!, siempre había una vida extra, y si no, siempre se podía volver a comenzar. Esa es la magia de los videojuegos, que siempre a pesar de todas las calamidades virtuales que se interpongan en tu camino, existe esa posibilidad de volver a intentarlo, una y otra vez, hasta alcanzar tu objetivo. 

Pasaba el tiempo, se hacía de noche y no dejaba de jugar; sentado a oscuras solo con la luz de la pantalla cóncava iluminando mi habitación llena de juguetes, donde a veces se llegaba la hora de ir a la escuela y me acostaba rápidamente para que mi mamá no se diera cuenta de que había pasado la noche en vela tratando hacer caer a la tortuga en el fuego. Eventualmente pasó algo, subí de nivel; es decir; crecí, pero el Nintendo no se detuvo y se volvió Súper, Super Nintendo, o SNES. Este tenía un diseño más moderno y los juegos eran más complejos. Me gustaban las melodías, que eran repetitivas y se quedaban engarzadas en la mente por horas, días, años. Todavía las escucho en mi mente de vez en cuando. Los juegos eran costosos pero mis padres, cada uno por su lado, hacían su labor para seguir nutriendo mi hambre de gamer. 

En aquellos tiempos ancestrales de los 90’s, había unos templos sagrados, donde por un tiempo limitado, podías rentar el juego de tu elección. Uno de ellos era un establecimiento pequeño, que para alcanzarlo, teníamos que cruzar un camino empedrado; cuando comenzaba a vibrar el coche, mi emoción se incrementaba, pues ya sabía que estaba cerca de la vitrina. Eran filas y filas de juegos esperando a ser rentados, iban a ser míos por un fin de semana, en el cual no tenía absolutamente nada más que hacer, más que enfocar mis esfuerzos en tratar de terminar la aventura antes de que terminara el plazo acordado. Después de hacer mi elección, siempre me esperaban unos tacos en el local de al lado, un gamer no debe jugar con hambre. Mi mamá se ponía contenta de verme emocionado con los juegos en una mano y un taco en la otra. Ella sabía que eso me hacía feliz. Mi papá por otro lado, me daba una experiencia más emocionante. Con el paso de los años fui haciéndome de un pequeño acervo de juegos y él descubrió un enorme mercado interminable donde había baratijas, electrónicos y cosas usadas, entre estos, los videojuegos; los cuales podía intercambiar, una y otra vez, cada domingo; poniendo a prueba nuestras habilidades de negociación, que muchas veces, eran opacadas por un pequeño capricho; que casi siempre, se cumplía. Después de una larga caminata y con bolsas repletas de objetos aleatorios, también terminaban con un desayuno bien servido. Esos domingos éramos mi papá y yo, no había espacio para nadie más. 

Es una suerte celestial el que mi familia siempre haya alimentado mi apetito gamer, cada uno a su manera, mis hermanas encendiendo la chispa, a pesar de que no jugaban mucho conmigo, mi mamá con taquitos y empedrados; los domingos con mi jefe; asoleados, cansados, pero bien servidos. Este pequeño aparato es mucho; es más que un juguete, es un vínculo con tus amigos; con tu familia; una herramienta de aprendizaje, un amigo, un maestro. De hecho, he aprendido tanto de los videojuegos que creo que son el mejor maestro que he tenido, enseñándome la perseverancia, la paciencia y alimentando mi creatividad. Es un portal macrosómico que te puede llevar a cualquier lado, donde solo te pones cómodo y te dejas llevar a tu suerte. Nintendo no es un objeto, no es un juguete, es un concepto y en japonés significa:

“Deja la suerte al cielo”

 -El Perro Rosas

Esta entrada tiene 8 comentarios

  1. Qué buen artículo yo también me acuerdo que cada viernes para mi era esperar a mi papá regresar del trabajo e ir a rentar un juego y película y si había suerte una cajita feliz jajajaa

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  2. El no haber tenido consola hasta los 13 años, me hizo valorar cada segundo que pasaba inmserso en esa realidad. Recuerdo “autoinvitarme” a casas de amiguitos solo para que me dejaran jugar SNES. La verdad no me caian bien, pero el teatro siempre valio la pena. Excelente Articulo!

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  3. Mi acercamiento con los videojuegos fue de lo más curioso, primos y tíos una tarde estaban rodeando el televisor de la casa de mis abues y hay estaba un pequeño plomero a 16 bits brincando por la pantalla y todo por un cartucho y esa asombrosa consola que fue la SNES. Recuerdo claramente mi curiosidad y que no me dejaron jugar porque era muy peque según ellos jajaja; pero ese día algo se guardo dentro mío y evolucionó con el tiempo: tardes jugando N64 con amigos, explorando mundos en el Gamecube y ahora que en esta cuarentena me animé a conseguir una Nintendo Switch fue de lo más bonito ver ese canal de la suscripción Online donde está el Super Mario World para SNES, fue como volver al punto de partida. Buenísimo el blog!

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