Creo que todos de niños, en algún punto, tuvimos alguna especie de fantasía relacionada con la animalización o con poder transformarnos mágicamente en otro ser, en otra especie o como en el caso de Ranma, en mujer.

Conocí a Ranma en los inicios de mi pubertad, era como lo que cerraba la noche del animé, ya que generalmente era precedida por Dragon Ball y de alguna manera extraña, yo sentía que su contenido era más light. Pero como todo buen animé, venía cargado de mucho erotismo típico del género.

Para darles una breve introducción a los que no conocen la serie, la temática trata de varios personajes que comparten una maldición al haber caído, todos en diferentes circunstancias, en los pozos encantados de Jusenkyo, en China. Tras caer en ellos, eternamente se transformarán en lo último que se ahogó ahí en el pasado; las transformaciones son: en un puerquito singular, una gatita rosada, un cisne con mala visión, un panda perezoso, una bestia mítica y el más singular de todos, Ranma; quien al caer al pozo de la pelirroja ahogada, se transformará; al contacto con agua fría, en una atractiva mujer peliroja.

Lo curioso de la serie es como todos los personajes utilizan sus transformaciones para pasar desapercibidos o para enaltecer alguna cualidad como Genma, padre de Ranma, que la utiliza para simplemente no hacer nada.

Pero Ranma siempre me pareció diferente, porque lejos de esconderse entre la multitud, resaltaba entre todas y robaba los corazones de sus pretendientes, ignorantes de su condición, que pretendían seducirle. Además de esto, me gustaba como ninguno de los personajes perdía sus habilidades al transformarse, sino que hasta Mousse, era capaz de esconder toda clase de armas en sus plumas como cuchillos y bombas, que utiliza una y otra vez para tratar de derrotar sin éxito a Ranma.

La dualidad de los personajes es lo que hace única esta historia, y es en ella en lo que me quisiera enfocar, precisamente en Ranma.

Como un puberto descubriendo su sexualidad, me llamaba mucho la atención no sólo como Ranma podía cambiar de sexo, sino como podía sobrellevar una doble vida que constantemente tenía que ocultar. Como un joven homosexual en los 90’s, no era nada fácil encontrar modelos a seguir y mucho menos en el animé, pero Ranma, me decía que no era el único que tenía algo que esconder.

Fantaseaba en como todo podría ser más fácil para mi si pudiera transformarme en mujer, quiero aclarar que siempre me he identificado como hombre, cis-género; así se dice actualmente, pero al haber crecido en un ambiente rodeado de hombres y pensando que yo era el único diferente, me dejaba llevar por la fantasía. 

Además de esto, admiraba como Ranma era igual de poderoso en cualquiera de sus dos maneras, el cambiar de género no le restaba ni le aumentaba habilidades, siempre había un equilibrio en las capacidades que tenía, a pesar de que tenía que batear constantemente a Kuno o incluso huir de la obsesión incontrolable de Shampoo.

Ryoga por otro lado, utilizaba a su alter-ego Pechan, un cerdito coqueto que Akane, la eterna enamorada de todos, adopta como mascota; oportunidad que él toma para estar más cerca de ella.

Esta serie nos enseña que debemos aceptarnos tal cual como somos, en todas nuestras facetas. Siempre habrá alguna forma, no sólo de aceptarlas y vivir con ellas, sino de sacarles provecho y siempre, existirá alguien dispuesto a aceptarnos tal y como somos.

Estas son las cosas que me gustan de Ranma, pero lo que mi corazón puberto disfrutaba más era la canción del cierre, con la que me identificaba por completo, que dice:

“Sueño que tú, eres diferente y que a mi lado de la mano vas, no guardaré más este secreto, debo saber si un día me amarás, cuando al fin encuentre paz y tus problemas puedas resolver, yo se que descubrirás cuanto te puedo querer…

De los dos que existen en Ranma, si lo toman con calma, y si escuchan lo que les digo, van a ver que en mi alma…

“Hay amor para los dos”.

El Tercer Millennial

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