Tener un perro es de las mejores experiencias que he tenido en mi vida. En un principio, en mi casa acostumbrábamos a tenerles en un espacio designado, fuera este un cuarto en parte de arriba, en el patio, o en la cochera; pero conforme pasaron los años, nos fuimos dando cuenta poco a poco de que era posible que ellos pudieran cohabitar el espacio familiar.

Es una labor difícil la de educar a un animal, comenzando por la barrera más complicada: La comunicación. Me parece sumamente cómico, y a la vez frustrante, ver como algunos humanos intentan comunicarse con sus compañeros caninos a través de palabras, yo los veo y me digo a mí mismo: “¡En serio!… ¿De verdad crees que tus perros hablan español?’’

Desconozco el proceso cognitivo que tengan estos hermosos animales, pero lo que sí sé es que todos entendemos el lenguaje universal: El amor.

Cuando tienes un perro, tienes una tremenda responsabilidad, porque al igual que un infante, el perro depende total y absolutamente de ti; y a diferencia de los humanos, él nunca se va a poder valer por sí mismo, por lo menos no en este mundo moderno, donde el maltrato y el abandono son cosas de todos los días.

Cuando vivía con mis papás tuvimos muchos perritos, “Él Chiquito”, “El Wisky”, “Mafia”, “Rona”, entre otros que ya no recuerdo. Con estas dos últimas, que fueron madre e hija, la situación fue diferente, ya que tras una simple decisión mía de dejar la puerta abierta para que entraran a la casa, nos dimos cuenta de que no necesariamente tenía que vivir afuera del área común y que en efecto, podría ser educadas a través de la paciencia, la empatía, pero sobre todo del amor. Ellas dos nos enseñaron a querer a los animales, nos dimos cuenta de que no son sólo simples guardianes o máquinas generadoras de cachorritos; son entes que están llenos de emociones, y que las transmiten todos los días, para quienes estén en la disposición de escucharlas.

Tras 10 años de acompañarnos y de pavimentar una nueva cultura en torno a los animales, cumplieron su ciclo dejándonos la mayor enseñanza de todas: No podemos vivir sin perros.

Tras la pérdida, mi madre estaba reticente a adoptar una nueva mascota, puesto que no quería volver a vivir el sufrimiento de dejarlas ir; pero tras una ligera labor de convencimiento, mi hermana y yo la hicimos entrar en razón, entonces nos dimos a la tarea de encontrar unos nuevos compañeros.

Fue así que llegaron Panda y Rex a nuestras vidas. Rex es una mezcla bizarra de labrador con algo más, y Panda, o “Pandi” es una mole de amor en blanco y negro de 50 kilos que no hace más cosa que estar feliz. SIEMPRE. A pesar de que los dos fueron educados de la misma manera y por los mismos humanos son totalmente diferentes, Rex es gruñón y territorial, según él; mientras que Pandi, simplemente se divierte y destruye cosas de vez en cuando. Uno destruye los juguetes, el otro no y lo mismo pasa con la correa; pero lo que sí me parece particularmente interesante es que cuando yo paseo a Pandi, él está desesperado por arrancar la correa y/o arrastrarme por el pavimento hacia el siguiente jardincito urbano que se le atraviese.

No sé cómo funcione su instinto, pero de alguna forma sabe que esa táctica no funciona con mi madre, que a sus 70 años, se da a la tarea de darles un ligero paseo a ambos; uno a la vez, en la cual parece que los dos flotan en el aire, caminando al unísono por la banqueta.

Los dos juegan entre ellos y se comparten los juguetes, y se ponen tristes cuando el otro está en el veterinario, es enigmática la forma en que ellos dos están vinculados.

Habiendo mencionado al veterinario, el nexo que existe entre el humano y el perro, los hace capaces de distinguir el mínimo cambio de humor o de comportamiento del compañero, ya que ambas partes están conscientes de cuando la otra tiene alguna molestia o incomodidad, así pasa cuando mi mamá se enferma, Panda tiende a acercarse a ella y a acompañarla. Mientras que Rex cuando se siente mal, se va conmigo.

Ellos no son capaces de decirte si tienen alguna molestia, de hecho, su instinto de supervivencia los hace esconder todos los síntomas de enfermedad o flaqueza, puesto que sus ancestros, los lobos, no se podían dar el lujo de mostrar debilidad. Irónicamente, los humanos, a pesar de nuestra alta capacidad cerebral, hacemos lo mismo.

Esa muestra de fidelidad y amor es lo que me gusta de los perros, es muy gratificante ver como dos pequeños cachorritos que llegaron a tu casa por casualidad, o tal vez por causalidad pueden convertirse en los mejores compañeros de vida, aunque la suya sea más breve que la nuestra. Todo depende de que el humano logre entender al perro, nunca al revés.

Los perros son fieles, cariñosos, inteligentes, intuitivos y protectores. Pero también pueden ser creativos y aprender todo lo que les enseñamos, son nuestros estudiantes, o eso creemos, porque en realidad, lo que nos damos cuenta al final, es que son nuestros maestros.

El Tercer Millennial

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